O. Henry y la república bananera 28/10/2017
Antes de trasladarse a Nueva York y convertirse en un escritor de éxito, O. Henry desempeñó los oficios más variados: casi un niño trabajó como mancebo de botica —como reza la antigua expresión— y a los 19 años obtuvo el título de farmacéutico. Su quebradiza salud le obligó a buscar un clima más seco y cálido. En Texas trabajó en un rancho como peón, pastor, vaquero y… canguro de los hijos del dueño; allí aprendió español y alemán: la mayoría de sus compañeros eran mexicanos y alemanes. Tiempo después le encontramos en Austin ejerciendo labores de topógrafo; y, finalmente, comenzó a trabajar en un banco de contable y cajero.

O. Henry cajero de banco en el First National Bank de Austin, Texas
En 1895 fue acusado de desfalco. A pesar de que todo hacía indicar que se le impondría una pena leve o quizás tan solo una multa, dos días antes de que se celebrara el juicio le entró un ataque de pánico, huyó a Nueva Orleans y se embarcó rumbo a Honduras.
Pasó la mayor parte de su estancia en Trujillo y en el hotel donde se hospedaba encontró a otro exiliado estadounidense forzoso: Al Jennings.
La historia de Jennings es tanto o más estrambótica que la de nuestro escritor. Se había licenciado en derecho y muy joven había empezado a desempeñarse como abogado en el despacho de sus hermanos mayores en Oklahoma. Sin embargo, un tiroteo con los miembros de un bufete rival por un quítame allá esas plusvalías hizo que Al se convirtiera en un fuera de la ley. “Si se toma un camino, hay que tomarlo hasta el final”, pensó Jennings. Así que formó una banda que se dedicaba a asaltar trenes y bancos. Con escaso éxito. Pues Al y sus muchachos no dominaban bien el uso de la dinamita. O bien colocaban en las cajas fuertes una carga excesiva (y destruían la caja y de paso todo el dinero) o mínima y la caja se resistía a abrirse. En uno de sus golpes, la banda obtuvo un botín de cuatro dólares y 45 centavos. Perseguido por los federales, Al Jennings se refugió también en Honduras. De vuelta a Estados Unidos, fue condenado a muerte. La pena fue conmutada y recibió un perdón presidencial. Después se convertiría en una efímera estrella de cine (de westerns, naturalmente) y escritor de su propia leyenda.

Al Jennings. Foto tomada en la penitenciaría de Fort Leavenworth
Pero regresemos a O. Henry. Lo que vio en Honduras no le gustó. Antes de su llegada la United Fruit Company hacía tiempo que había plantado sus reales en Centroamérica. O. Henry fue testigo de la explotación del campesinado, de la enorme corrupción de las clases dirigentes y de que el gobierno y las empresas de su país hacían y deshacían a su antojo mediante el soborno, la violencia y la extorsión. El escritor dejó un vívido retrato de ello en su libro de relatos Cabbages and Kings (1904), ambientado en una ficticia república centroamericana, Anchuria.
En uno de los cuentos, “El almirante”, se describe el país como una “pequeña república bananera costera” (small maritime banana republic). La expresión que, originalmente, tuvo éxito como sinónimo de “país tropical agrario” tenía un calado más hondo: para O. Henry la expresión encerraba el control que las compañías estadounidenses ejercían sobre la política y la economía de Honduras y sus países vecinos.
La expresión, ocioso es subrayarlo, ha tenido éxito hasta nuestros días.

Muelle bananero, New York, hacia.1890-1910. El público estadounidense estaba entusiasmado con las bananas a finales del siglo XIX

La casa de William Sidney Porter (más conocido como O. Henry House) en Downtown Austin, Texas. William Sidney Porter, vivió en ella entre 1893 y 1895 y es el actual museo O. Henry.