Valle-Inclán recita 12/06/2017
En 1932 Valle-Inclán se prestó a registrar su voz con tres de sus poemas y un fragmento de su novela Sonata de otoño (su primer éxito editorial y obra a la que tenía gran cariño). Su voz quedó grabada en un disco de pizarra; muchos años después, en 1978, el Ministerio de Cultura editó un elepé, Valle-Inclán y su tiempo” (Bocaccio/Zafiro 85-32125); que sepamos, estas históricas grabaciones no han vuelto a ser reeditadas.
Con todos ustedes, Valle-Inclán:
Sonata de Otoño
Yo recordaba vagamente el palacio de Brandeso, donde había estado de niño con mi madre, y su antiguo jardín, y su laberinto que me asustaba y me atraía. Al cabo de los años, volvía llamado por aquella niña con quien había jugado tantas veces en el viejo jardín sin flores. El sol poniente dejaba un reflejo dorado en el verde sombrío, casi negro, de los árboles venerables. Los cedros y los cipreses que contaban la edad de Palacio. El jardín tenía una puerta de arco, y labrados en piedra, sobre la cornisa, cuatro escudos con las armas de cuatro linajes diferentes. ¡Los linajes del fundador, noble por todos sus abuelos! A la vista del Palacio, nuestras mulas fatigadas trotaron alegremente hasta detenerse en la puerta llamando con el casco. Un aldeano vestido de estameña que esperaba en el umbral vino presuroso a tenerme el estribo. Salté a tierra, entregándole las riendas de mi mula. Con el alma cubierta de recuerdos, penetré bajo la oscura avenida de castaños cubierta de hojas secas. En el fondo distinguí el Palacio con todas las ventanas cerradas y los cristales iluminados por el sol. De pronto vi una sombra blanca pasar por detrás de las vidrieras, la vi detenerse y llevarse las dos manos a la frente. Después la ventana del centro se abría con lentitud y la sombra blanca me saludaba agitando sus brazos de fantasma. Fue un momento no más. Las ramas de los castaños se cruzaban y dejé de verla. Cuando salí de la avenida alcé los ojos nuevamente hacia el Palacio. Estaban cerradas todas las ventanas: ¡Aquella del centro también! Con el corazón palpitante penetré en el gran zaguán oscuro y silencioso. Mis pasos resonaron sobre las anchas losas. Sentados en los escaños de roble, lustrosos por la usanza, esperaban los pagadores de un foral. En el fondo se distinguían los viejos arcones del trigo con la tapa alzada. Al verme entrar los colonos se levantaron, murmurando con respeto:
-¡Santas y buenas tardes!
Y volvieron a sentarse lentamente, quedando en la sombra del muro que casi los envolvía. Subí presuroso la señorial escalera de anchos peldaños y balaustral de granito toscamente labrado. Antes de llegar a lo alto, la puerta abrióse en silencio, y asomó una vieja criada, que había sido niñera de Concha. Traía un velón en la mano y bajó a recibirme:
-Páguele Dios el haber venido Ahora verá a la señorita. ¡Cuánto tiempo suspirando por vuecencia!… No quería escribirle. Pensaba que ya la tendría olvidada. Yo he sido quien la convenció de que no. ¿Verdad que no, Señor mi Marqués?
Yo apenas pude murmurar:
-No. Pero, ¿dónde está?
-Lleva toda la tarde echada. Quiso esperarle vestida. Es como los niños. Ya el señor lo sabe. Con la impaciencia temblaba hasta batir los dientes, y tuvo que echarse.
-¿Tan enferma está?
A la vieja se le llenaron los ojos de lágrimas:
-¡Muy enferma, señor! No se la conoce.
La trae un cuervo
¡Tengo rota la vida! En el combate
de tantos años ya mi aliento cede,
y al orgulloso pensamiento abate
la idea de la muerte, que lo obsede.
Quisiera entrar en mí, vivir conmigo,
poder hacer la cruz sobre mi frente,
y sin saber de amigo ni enemigo,
apartado, vivir devotamente.
¿Dónde la verde quiebra de la altura
con rebaños y músicos pastores?
¿Dónde gozar de la visión tan pura
que hace hermanas las almas y las flores?
¿Dónde cavar en paz la sepultura
y hacer místico pan con mis dolores?
Rosa de Job
¡Todo hacia la muerte avanza
de concierto,
toda la vida es mudanza
hasta ser cierto!
¡Quién vio por tierra
rodado el almenar,
y tan alto levantado
el muladar!
¡Mi existir se cambia y muda
todo entero,
como árbol que se desnuda
en el Enero!
¡Fueron mis goces auroras
de alegrías,
más fugaces que las horas
de los días!
¡Y más que la lanzadera
en el telar,
y la alondra, tan ligera
en el volar!
¡Alma, en tu recinto acoge
al dolor,
como la espiga en la troje
al labrador!
¡Levántate, corazón,
que estás muerto!
¡Esqueleto de león
en el desierto!
¡Pide a la muerte posada,
peregrino,
como espiga que granada
va al molino!
¡La vida… polvo en el viento
volador!
¡Sólo no muda el cimiento
del dolor!
La trae una paloma
Corazón, melifica en ti el acimo
fruto del mundo, y de dolor llagado,
aprende a ser humilde en el racimo
que es de los pies en el lagar pisado.
Por tu gracia de lágrimas el limo
de mi forma mortal será sagrado.
Verbo de luz la cárcel donde gimo
con la sierpe del tiempo encadenado.
¡Alma lisiada, negra arrepentida;
arde como el zarzal ardió en la cumbre!
¡Espina del dolor, rasga mi vida
en una herida de encendida lumbre!
¡Dolor, eres la clara amanecida,
y pan sacramental es tu acedumbre.
(Valle Inclán, Claves Líricas)